¡Alegría!… Es navidad

navidad.jpgLa noche fue sorprendente! Aquellos humildes pastores no podían suponer siquiera lo que pasaría. De repente, frente a sus ojos un coro de seres celestiales y resplandecientes cantaban alabanzas al Señor del cielo y anunciaban paz en la tierra. La visión no podía ser más sobrecogedora. Escucharon luego, con sus propios oídos, las buenas nuevas del nacimiento del Salvador que tan ansiosamente habían esperado, entre la niebla fría de la noche y el perfume de la hierba húmeda. ¡Experiencia multisensorial! Estaban como en medio de un sueño que finalmente resultó ser la más grande verdad que el universo ha conocido: El Dios eterno se hizo hombre.

Con el paso del tiempo la fiesta solemne que celebra la Navidad ha sufrido algunas transformaciones. Se ha ido moviendo su énfasis en el pesebre a otras cosas más “divertidas”. Pensamos en la modalidad del intercambio de regalos. “¿Hacemos mímica para descubrir al amigo secreto?”, en el contenido de los regalos: “¿Qué será mejor para Juanito?”, en el color de moda para la decoración: “¿Pondremos adornos ocre o verde manzana?” o en la comida que resultará más sorprendente y sabrosa: “¿Vuelvo a la pierna de cerdo o me apunto a los tamales?” Todas estas cosas aunque buenas e inspiradas en el regalo de Dios para el mundo, deben estar en la “periferia” de la celebración y no ser en forma alguna el motivo de nuestro júbilo.

La Navidad es la historia de un nacimiento milagroso. ¡No era posible que una mujer virgen concibiera un bebé! Tampoco era que un joven justo como José recibiera el anuncio de que el hijo de María, su desposada, era el Mesías prometido. Una cadena de eventos extraordinarios: Un ángel que aparece para decirle a la escogida que el fruto de su vientre será el Salvador del mundo, un sueño revelador que ayuda a tomar las decisiones correctas, un coro celestial que anuncia la llegada del bebé-Dios, una estrella suficientemente clara y resplandeciente para guiar al lugar exacto, aún desde lejanas tierras. Todo este relato maravilloso, lleno de misterio, es lo que debe estar en el centro de nuestro corazón en estos días especiales.

El pesebre de Belén es fin y comienzo a la vez. Es el fin de una larga espera, de la angustia que produce una súplica no contestada como prolongación del sufrimiento, de siglos de anuncio, de descripciones de lo que vendría, de expectativa por la acción redentora de un Soberano a favor de su pueblo humillado y oprimido, finalmente, el comienzo del año agradable del Señor. El Niño Santo traía consigo esperanza eterna y salvación. El Dios creador y Todopoderoso se hacía carne para librarnos y para inaugurar un nuevo estado de la historia de la humanidad. Ya no estaríamos más lejos, ya no sufriríamos sin posibilidades, ya no estaríamos a merced de los que nos oprimen ¡Tiempo de liberación!

Es cierto, y positivo, que podemos aprovechar las fechas especiales para pasar más tiempo con la familia, para cantar canciones especiales que nos llenan de nostalgia y sentido de recogimiento… o para comer platos sabrosos y especiales. Sin embargo, es una necesidad, cada vez más urgente, que tengamos en mente las palabras del apóstol Pablo al referirse a Jesús: “El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. El recién nacido nos habla de un Dios infinito que se empequeñece, un Señor todopoderoso que se limita, un Rey que se humilla. Despojo, abandono de la comodidad y la posición, cumplimiento perfecto de la voluntad del Padre. Al olvidarlo pudiéramos hacer que la opulencia de nuestras celebraciones contradiga el significado que la completa renuncia de Jesús nos trajo.

La visión de aquel humilde pesebre, engalanado por la luz cristalina de la estrella, nos remite a la más sublime y clara revelación de Dios: Su hijo Jesucristo. Con Él, el Padre estaba interviniendo en la historia, dándole un giro a los hechos de tal forma que el cielo y la tierra tenían motivo para regocijarse.

Navidad es, entonces, tiempo de alegría y celebración. Pero, ¿Qué es lo que celebramos? Ciertamente lo que celebramos es que Dios está con nosotros, habita entre nosotros y ese hecho portentoso cambia nuestras tinieblas en luz y nuestra angustia en esperanza. ¡Gocémonos y alegrémonos por la dulce realidad de su presencia!

Escrito por: Marilú de Segura
Fuente:desarrollocristiano.com

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